A finales del 2005, una lanza de balsa que marcó (se rompió) atravesó mi escudo. Cuando salí de la liza, estaba rodeado de ayudantes preguntándome si estaba bien. El escudo estaba hecho de más de un centímetro de contrachapado.
Por eso justamos en arnés completo. Esto muestra los riesgos de la justa.
Jeff Wasson, herrero y justador, que amablemente me ha permitido usarlo en mi blog.
Ya en la época, pese a las lanzas especialmente hechas, y muy diferentes a las de guerra (tenían puntas especiales, romas, llamadas roques, o roquetes) ya en el famoso Paso Honroso de Suero de Quiñones, Esberte de Claramonte, un aragonés, murió al no resistir su almete el impacto de la lanza de Suero Gómez.
Enrique II de Francia, en una fecha tan tardía como 1556, también falleció en uno realizado con ocasión de las bodas de Felipe II en terceras nupcias con su hija Isabel de Valois.
Otra foto del mismo justador
Hoy en día, aunque las lanzas tengan puntas de goma y sean de madera de balsa diseñadas para romperse espectacularmente, el riesgo sigue existiendo, como hemos visto arriba, y como muchos recordareís porque no hace tanto (el 2007), Paul Allen, un conocido recreacionista, murió como tantos otros justadores, por una astilla clavada en el ojo, a pesar de que tomó todas las medidas de seguridad posibles.
Los riesgos de representar un combate, aunque sea una coreografía, existen, y si no lo es, son mucho mayores, como el caso de las justas. Un combate no es un juego, son armas, y matan. Protegeos.